Querían matar al presidente constitucional, en aquel momento Juan Domingo Perón. No pudieron. Sí mataron a alrededor de trescientas personas, en todo el ejido de la capital y sus alrededores. Dentro de la Casa Rosada, murieron defendiéndola alrededor de catorce granaderos.También un cafetero, a quien se le cayó una claraboya encima y le partió la cabeza.

A pocos metros de ese sector se encontraba la Sala de Periodistas. Allí estaba quien escribe estas líneas. Junto a mí, otros tres periodistas: Guillermo Napp, Aulio Sila Almonacid y Enrique Almonacid, a quien le decíamos el Cantor de América. Estos tres colegas ya no están porque se los llevó la muerte mucho tiempo más tarde.


Así empezó

Pero el que escribe relata la historia. Bombardear no es enfrentarse con armas de fuego, sino recibir bombas desde arriba. Así cayó la primera, enfocada por un avión Catalina de la Marina de Guerra. Era la una menos veinte de la tarde cuando el espantó golpeó sobre el techo de la Casa Rosada y derribó una gran parte de la estructura del edificio.

Después, aviones Gloster de la Aeronáutica, que se habían unido para eliminar a Perón, se sumaron con ametralladoras sobre el centro neurálgico: Balcarce 50. Antes, a las doce y pico, Juan Perón había avisado -tras entrevistarse con el embajador norteamericano Albert Nuffer- a todo el personal de la casa que debían abandonarla porque "se viene un golpe de Estado muy violento".

 No sabía todavía si venían a bombardear el lugar o si sólo a tomar el edificio. Algunos pudieron salir, otros no. Comenzó el combate aéreo con bombas y metrallas. Desde la Casa Rosada el coronel Golu, que comandó a los efectivos de Granaderos, repelió como pudo esta inconcebible pelea entre sectores leales y rebeldes de las Fuerzas Armadas.

Perón pudo salir de la Casa de Gobierno acompañado por el entonces ministro de Defensa, Humberto Sosa Molina, y se trasladó hasta el Ministerio de Guerra ejercido por el general Franklin Lucero. Sólo repetía una frase: "No puede ser. No se puede bombardear una ciudad indefensa".

Esta misma expresión la volcó al día siguiente muy temprano ante los periodistas de la Presidencia. Yo viví todo y lo sufrí  con mis tres colegas. Ciento cincuenta personas, mujeres y hombres, recorrieron con sus cuerpos llenos de polvo los caminos de la casa.

Un cuerpo a tierra permanente de los dos sexos. Increíble. Allí Cabaña Martínez, embajador en Paraguay alguna vez, gritaba enrojecido: "Tírense al suelo", mientras aviones rasantes enfilaban sobre la terraza de la Rosada arrojando metralla y algunos otros aviones más pesados de la Marina buscaban el centro del edificio para fijar sus bombas.

Hubo al menos veinte de esos explosivos que fallaron; si no, seguramente, no estaría escribiendo este relato.


Dantesco


A las cinco y media de la tarde logramos salir de la Casa de Gobierno. Nos tropezamos con un trolebús calcinado. Había recibido de lleno un bombazo que les quitó la vida a treinta personas. Una gran parte de ellas eran niños que iban al colegio. El horror desembocó en el rostro de cada uno de nosotros.

Después la noche se convirtió en dantesca. Incendios en algunas iglesias y locales políticos. Al día siguiente Juan Perón, en la puerta de Balcarce 50, anunció que la presidencia y sus oficinas serían trasladadas al Banco Hipotecario, donde hoy está la AFIP.

Los escombros se habían apoderado del edificio rosado. El cambio no pudo ser. Tres meses después, en septiembre, el líder de los trabajadores argentinos fue derrocado y debió huir a Paraguay. En esa puerta de la Casa Rosada repitió varias veces: "No puede ser. No pueden bombardear a la gente que no pudo defenderse. No puede ser". Sin duda alguna fue el momento más trágico de toda la historia argentina.