Qué felicidad. Hay que decirlo de nuevo: qué felicidad. El hartazgo rompió las paredes de la represa que nos hicieron aguantar todo este tiempo, el ¡Basta! se hizo también marea y explotan las sonrisas, se festeja en los lugares de trabajo, se siente complicidad en el anden del subte y los chats desbordan de abrazos virtuales. Y ahí los oscuros dioses de los mercados empujando el dólar para disciplinarnos, para intentar sin éxito borrar con especulación la euforia popular. Es una pulseada que hoy la pierden aunque pretendan disolver nuestros ingresos -quienes los tenemos- a fuerza de devaluación y extorsión económica prácticamente terrorista. Me hago cargo de la palabra. Porque esa voluntad popular, todos esos cuerpos que el domingo se movilizaron, no solamente estaban buscando poner fin a la expropiación constante de nuestro tiempo y nuestra potencia para pagarle las cuentas a las grandes empresas de energía, a los que se llevan los dólares afuera, a los que compran bonos -el presidente, por ejemplo- de la miseria de la mayoría. Fue eso también, pero no solamente. Porque también se votó por la memoria de Santiago Maldonado, de los cuatro adolescentes asesinados en San Miguel del Monte, se votó en contra de la doctrina Chocobar, de las armas siempre dispuestas de Patricia Bullrich, se votó por la memoria de Sandra y Rubén y de la escuela que explotó con ellxs adentro. ¿Que no hubo estallido frente a la violencia estatal? El estallido fue en las urnas. El estallido todavía se siente en ondas expansivas que empujan las ganas de juntarse con amigues, con cada una y cada uno que venimos resistiendo estos cuatro años en los que pareció que el cielo pesaba sobre nuestras cabezas y el aire alrededor no alcanzaba pero que no dejamos de salir a la calle, que abrazamos ministerios, reclamamos aborto legal, dijimos y repetimos Ni Una Menos, arrancamos los paros a las centrales obreras desde los sindicatos combativos, caminamos con los movimientos sociales que se rebelan a la privatización constante de lo común con el llamado macrista a “hacer futuro” de a uno y sin mirar a quien tenés al lado. 

 

Resistimos y acá estamos, resistiendo a la amenaza a punta de despojo de los fondos especulativos oponiendo la alegría popular, oponiendo decisión y voluntad política de transformar no sólo la economía si no un paradigma en el que ya no cabe el emprendedurismo, la meritocracia, la indiferencia frente a quienes quedaron en la calle, la indiferencia frente al gatillo fácil y la tortura en las cárceles. Queda un largo camino, cuando terminaba el domingo el presidente nos mandó a dormir; debería saber que sólo empuja un poco más a sacudirse cualquier letargo remanente. Porque hasta octubre hasta nuestros sueños serán activos y si esta elección primaria se ganó poniendo el cuerpo en las esquinas, en las charlas privadas, en la puerta de las escuelas, en cada barrio donde se dijo Basta, donde se dijo NO a la apropiación de nuestros deseos y nuestros esfuerzos con la única promesa de un orden regido por la propiedad privada y la prepotencia de un Estado cada vez más policial; si esta elección se ganó así, ahora la demostración de poder que el pueblo puso en las urnas va a generar el único derrame posible, el de compartir la potencia colectiva que sabe ocupar las calles y así es capaz de modelar su propio destino. Qué alegría. Contra el terror de los mercados, nos tenemos.  Por Marta Dillon