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OPINION

3 de abril de 2018

Difamación y pruebas

Todo el mundo habla en los últimos días de un programa de televisión, en el cual se almuerza, en el que se habría difamado a un conjunto de personas, periodistas, actores, y otros sujetos muy conocidos vinculándolas "sin pruebas" con casos de pedofilia y acoso sexual de menores.

La esperable reacción de las "víctimas de esa operación" no tardó en llegar. Fluyó la indignación por la generosidad con que se distribuyeron acusaciones gravísimas a algunas personas dañando su imagen y su honorabilidad, sin que hubiera pruebas de las afirmaciones y sin que la justicia hubiera confirmado en una investigación seria un juzgamiento de condena por esos hechos.

Yo entiendo esa indignación, apoyo ese reclamo y comparto la critica a quiénes pudieran haber hecho un poco más para evitar el episodio y no lo han hecho.

Parece que todos, en definitiva, añoramos vivir en un país en que se hable con mas cuidado de otras personas, un país en el que los que tienen la enorme responsabilidad de emitir opinión desde un medio de comunicación de alto impacto social respeten los tiempos judiciales y sobre todo aquellos principios que rigen al sistema penal asegurando, por ejemplo, que sólo es culpable aquel que ha recibido una sentencia de condena firme que consolida esa responsabilidad.

Pero también parece que vemos el problema exclusivamente cuando vivimos en carne propia, como víctimas, esa lamentable situación. Somos incapaces de ver lo lesivo de un comportamiento social cuando el afectado es otro, no nosotros mismos.

La verdad es que un país consolida la calidad de vida republicana cuando defendemos los principios con la misma fuerza cuando nos toca ser afectados como cuando el afectado es otra persona.

A diario vemos cómo personas de ideologías distintas a la actualmente dominante son destrozadas sin miramiento y sin ninguna prueba y/o sentencia judicial que lo explique o justifique. Pero nadie protesta.

Como dijera Martin Niemöller
"Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no pronuncié palabra,
porque yo no era judío,
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mi,
no había nadie más que pudiera protestar".

Por lo menos yo quiero vivir en un país en el que sienta la obligación ética de protestar ya cuando tocan la puerta del vecino. Y mucho más cuando nada me une con él.La esperable reacción de las "víctimas de esa operación" no tardó en llegar. Fluyó la indignación por la generosidad con que se distribuyeron acusaciones gravísimas a algunas personas dañando su imagen y su honorabilidad, sin que hubiera pruebas de las afirmaciones y sin que la justicia hubiera confirmado en una investigación seria un juzgamiento de condena por esos hechos.

Yo entiendo esa indignación, apoyo ese reclamo y comparto la critica a quiénes pudieran haber hecho un poco más para evitar el episodio y no lo han hecho.

Parece que todos, en definitiva, añoramos vivir en un país en que se hable con mas cuidado de otras personas, un país en el que los que tienen la enorme responsabilidad de emitir opinión desde un medio de comunicación de alto impacto social respeten los tiempos judiciales y sobre todo aquellos principios que rigen al sistema penal asegurando, por ejemplo, que sólo es culpable aquel que ha recibido una sentencia de condena firme que consolida esa responsabilidad.

Pero también parece que vemos el problema exclusivamente cuando vivimos en carne propia, como víctimas, esa lamentable situación. Somos incapaces de ver lo lesivo de un comportamiento social cuando el afectado es otro, no nosotros mismos.

Por 3 de abril de 2018

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